Todo lo que queda en el ayer

Si bien es verdad que hay que mirar al mañana con todas las reservas de esperanzas que sean posibles, es complicado no volver a mirar aquello que ya conocemos su forma, el estímulo de ver algo por primera vez se deforma siempre desde la perspectiva de lo que no queríamos dejar de mirar pero ya no está y tampoco es justo culpar a lo nuevo, hacerlo de menos. 

No es grato a la memoria tener que recordar y no llamar para compartir ese recuerdo, es seguramente lo más doloroso a lo que me enfrento día a día, cuantas llamadas haría que sé que acabarían en el mejor de los casos en perdidas, no puedo solicitar asilo político en ninguna zona ya habitada, es lo que tiene acabar tan mal con todo el mundo, tan mal que no puedas volver y en una insignificante defensa diré que duele tanto coger la maleta y esperar renegada tiempos mejores en los que poder reconectar que siempre acabo poniendo una bomba en la estación, haciendo añicos el pavimento. Mi dolor lo arrasa todo porque ¿cómo es posible que las cosas se acaben y mi alquimia para recuperar la estabilidad no funcione? Rogar de rodillas que todo se solucione es a menudo, frente a Dios y a los hombres lo que hago.

A santo de qué viene transmutar tanto, cambiar el rumbo y modificar el espacio hasta convertirlo en algo ajeno e irreconocible. El cambio genera cambio, reconozco que algunos necesarios aunque no en exceso queridos, hay veces que siento que he probado y conformado con lo que ahora añoro, y que la felicidad sí es lo que actualmente vivo. ¿Qué puedo añorar entonces?

La posibilidad, la aventura, el no dominar la situación pero realmente todo eso está bien durante un periodo corto de tiempo, no cambiaría la paz que ahora siento sentada frente al ordenador con más preocupación que estudiarme un guión y pensar en lo que se ha ido, lo que se resume en no tener preocupaciones reales, lo que me convierte posiblemente en la persona con más suerte de esta provincia. Visto así casi que es un privilegio echar de menos.

Me da la sensación de que siempre llego al mismo punto, escribir en pasado de algo que he vivido; es un ciclo y comienzo a ver la fuerza vital que desempeña: empiezo a vivir algo, lo vivo, escribo porque necesito expresarme (es con frecuencia sobre lo que duele), tomo un tiempo reflexionando de más y escribo cuando ya todo ha pasado como si pudiera sacar una lección. Tengo la imagen en la cabeza de mí sentada en frente al escritorio, levantándome de él para vivir, tomando una pausa para sentir, huyendo de lo que siento para sanar y volviendo para contar si de verdad he aprendido algo: no sucede cambio en mi esencia pero si en mí consciencia, si se altera mi esfera ante ciertos estímulos y sólo puedo recogerlos por escrito porque ya, a quien quiero contárselo, no puedo.

Y todo me hace sentir que estoy sola de nuevo, odio pero sé que es necesario despedirse de quien ha estado, sé cuando un ciclo se ha cerrado. Puedo parecer una loca si os digo que sé cuanto tiempo va a quedarse una persona en mí vida y pecaré de altanería porque es verdad: más allá de juntar letras y tener una fachada superficial hay una mujer que sabe con quien decide compartir su tiempo aunque sepa que no va a ser mucho el que agite el reloj. Y darte cuenta de quien se va a ir con solo conocerlo también duele aunque nunca lo exprese.

Es un sentimiento de no acabar perteneciendo a ningún sitio porque casi todo es temporal y muchas veces pienso que disocio en el albedrío de pensarme lista adivinando con certeza quién se queda y quién se va cuando puede que en realidad nadie me aguante, nadie soporte tanta melancolía mal administrada repiqueteada bajo unos tacones que suenan de más y use como escusa la adivinanza para no sentir que me dejan, que no me aguantan. Y eso también duele porque cómo una persona que es capaz de dejar hasta sus sueños de lado por alguien más puede ser tan desechable hasta que de ella no quieran saber más. Hasta quedar en todo lo que se tenía ayer y ya no, sin importar en qué punto del camino la has dejado. Puede (como hipótesis) que todo esto me haga sentir un poco (una miqueta de res) abandonada.

Sin embargo la vida ya sea con las cosas que siempre se dejan para mañana y las que nos atrevemos a tener hoy tiene sus comodidades que creo aunque no entienda bien, sin pasar ciertas tormentas no podría valorar. El único motivo por el que se pierden los privilegios es darlos por sentado, en el momento que estoy ahora, bien sin obsesionarme, si que doy las gracias de poder haber atravesado tanto y estar tranquila, dentro de lo que cabe pensar en el pasado, escribiendo esto.

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